A una semana del luctuoso suceso de Gredos, creo que es
momento de reflexionar sobre lo ocurrido porque si algo nos importan los clubes
de montaña no deberemos nunca olvidarlo sino tenerlo siempre bien presente.
El triste y fatal desenlace ha puesto en cuestión no solo al
Bilbao Alpino sino a todos los clubes de montaña. Siempre se ha presentado a
los clubes como la mejor forma de iniciarse en la montaña, para ir formándose
las personas con la seguridad y la protección que ofrece la compañía de otros
miembros.
Lo que le ha ocurrido al club bilbaíno nos podía haber
ocurrido a nuestro club o a otros semejantes. Y afirmo esto porque a lo largo
del tiempo he ido comprobando cierta degradación de los valores que han ido
unidos al deporte de la montaña. El compañerismo, la solidaridad, la ayuda… he
visto convertirse gradualmente en competitividad, individualismo,
insolidaridad…. Quizás por mimetismo, el ambiente imperante en el ochomilismo
se ha ido transfiriendo a nuestras montañas más cercanas. Las nuevas
actividades asumidas y fomentadas por nuestra Federación, carreras de montaña y
competiciones similares no ayudan precisamente a fomentar la ayuda y la
solidaridad. Ni tan siquiera a tener respeto por las montañas, y más adelante
diré por qué.
Respecto a lo ocurrido en Gredos se ha criticado en algunos
foros el comportamiento de la prensa escrita. En este caso no tengo nada que
criticar sobre las informaciones recibidas por estos medios. Lo que no me han
gustado nada han sido las declaraciones de supuestos portavoces del Bilbao
Alpino, tratando de justificar lo injustificable.
Hay que decir bien claro que lo ocurrido no fue un accidente de montaña,
sino el resultado de una mala práctica montañera. Y repito lo que dije, que le podía haber
ocurrido a nuestro club.
El club falló al evaluar la dureza del recorrido propuesto en
ambiente invernal, porque en Gredos el invierno se prolonga bastante. Los
responsables de la travesía fallaron al no tomar las medidas necesarias y correctas
en unas condiciones meteorológicas adversas. Todos los integrantes de la
travesía cometieron fallos que llevó al fatal desenlace porque todos
participaron de las decisiones tomadas.
Conozco el recorrido y puedo ponerme en la situación : nieve,
en abundancia en los sitios menos venteados, frío, lluvia, niebla y el Puerto
del Peón que aunque no es muy largo tiene bastante pendiente que se salva dando
lazadas y dificultan la visión.
Me los imagino abriendo huella, gastando mucha energía, uniendo
al sudor el frio de la lluvia, con problemas para ingerir las calorías necesarias
en esa situación. Intentando hacer la
travesía lo más rápido posible ya que el tiempo no estaba para disfrutar. La
alegría de alcanzar la torreta de La Mira y cuando parecía que el padecimiento
del esfuerzo ha concluido, observar con asombro la pendiente de la vertiente
por donde planeaban descender y la acumulación de nieve. Optan por volver sobre
sus pasos, hay otra alternativa, pero parecen decidirse por lo seguro. Y es entonces
cuando el esfuerzo empieza a pasar factura y algunas personas se van quedando
rezagadas. El error de todos y en primer lugar del responsable o responsables
de la travesía es el de no marchar agrupados.
Conozco bien el ambiente que se genera. Gente que se
encuentra bien pero con frío desean llegar cuanto antes al autobús, otras
personas se sienten débiles (quizás porque no ahorraron esfuerzos ,aprovechados
por otras personas, en la subida) pero creen que llegarán. En todo caso no
piden ayuda a los demás, no es propio de montañeros. Unos avanzan más rápidos
que otros y cada vez es mayor la
distancia y la desmoralización. Los de adelante aunque mirasen atrás no los verán
por la orografía del terreno o por la niebla. Una “pájara” en esas condiciones
de frío y mojadura pueden derivar rápidamente en hipotermia. Los de adelante
van tranquilos porque los que vienen detrás saben el camino. Lo que no pueden
saber es la condición física de los que se van rezagando. Los móviles no sirven, no hay cobertura. Los
rezagados no llevan talkies.
He experimentado una “pajara” severa, de esas que te dejan
tirado en el suelo sin poder mover un dedo. Sé de lo que hablo. Con frío y
nieve puede resultar mortal. Si los más afectados no se pueden mover qué harán
sus acompañantes. Quién se puede mover, al ver que no tiene otro modo de avisar
al resto, optará por ir en busca de ayuda. Pero ha perdido mucho tiempo y no
los alcanzará.
Si hubieran caminado todos agrupados al sobrevenir la “pajara”
podrían entre todos dotar de prendas de abrigo secas (si es que las llevaban) a
los afectados, darles alimentación energética y bebida a la vez de friegas.
Podrían haberse quedado con los más afectados el grupo de personas mejor protegidas del frío
mientras otros organizaban el rescate, si se estimase necesario, después de
atender a las víctimas del desfallecimiento.
Alguno objetará que esto es muy fácil decirlo ahora sabiendo
lo que ha pasado. Pero lo ocurrido es previsible
para la gente con experiencia montañera.
Fallaron los móviles y ocurrió la catástrofe. ¿Se puede
ocultar el fallo de previsión culpando a los móviles?
Volviendo al principio he manifestado que lo ocurrido también
le podría haber pasado a Leioa M.T., lo
digo porque cada vez es más evidente que el individualismo prevalece por encima
del espíritu de grupo. Una prueba de ello es el uso de los Walki Talkies. Llevo
unos meses alejado del club pero no olvido que cada vez me resultaba más difícil
encontrar compañeros o compañeras dispuestas a cargar con los centenares de
gramos de este aparato, al cual sólo se le echa de menos cuando hace falta.
Como el objetivo personal es hacer cumbre en el menor tiempo
posible, todo lo que signifique peso en la mochila es desechado. Hago
referencia ahora a las carreras de montaña cuyo equipamiento es el mínimo
porque se trata de correr lo más rápido que se pueda y que está llevando esa mentalidad
al conjunto del montañismo.
Esa economía de peso lleva a incluir en la mochila lo mínimo
posible y en situaciones como la descrita fomenta el “sálvese quien pueda”
porque no se está en condiciones de improvisar un “vivac” o una espera.
Aún queda gente dispuesta a ayudar a los demás en los clubes,
saben lo que significa sentirse miembro de un club. También abundan quienes se acercan
a un club sólo con el propósito único de beneficiarse de lo que le ofrece sin
aportar nada a cambio que no sea su cuota de socio.
Punto y aparte lo constituyen los “sobrados”, los “máquina”,
los “élite” esos que solo piensan en llegar arriba a ser posible los primeros y descender de la misma manera. Y cuando llega,
al resto del grupo le espetan “llevamos aquí una hora”. Esos “sobrados de
vanidad” no entienden que el triunfo de la excursión de un club consiste en
llevar al máximo número de personas a la cima y sobre todo que todos sus
miembros regresen, contentos de haber disfrutado, al autobús. Con estas
personas que solo piensan en ellas mismas, es muy complicado para un responsable de
excursión tratar de imponer una línea de actuación. Y para colmo suele pasar
que como son los que más alardean de sus hazañas, las personas que acuden por
primera vez a una excursión de club les toman como referencia, como personas a las que seguir y a veces pagan
las consecuencias.
El caso de Gredos no se debe olvidar. Hace unos años ocurrió
un caso similar en Sierra Nevada con turistas extranjeros, la guía, totalmente
inexperta, fue encausada. No quiero referirme a responsabilidades legales del
caso pero sí a las morales. Algo de responsabilidad moral tenemos todos y no sólo
los del Bilbao Alpino, en las excursiones de club solemos integrar a miembros
de otros clubes, participamos de una
convivencia que hacen que los valores sean cosa común, por eso, el que esté
libre de culpa que tire la primera piedra . No seré yo, pero entre eso y tratar
de ocultar una tragedia hay un abismo.
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